sábado, 15 de enero de 2011

Lucía y el gato. (Un regalo de mi padre)

Hoy pienso en ti, Lucía,
en tus ojos que, de niña,
lo miraban todo,
y en tus ojos, ya crecidos,
que todo lo penetran.
Tus ojos,
dos espejos de noche enarbolada
donde, a veces, me miro,
hecho añicos.

Pienso en ti y te escribo
(el gato me acompaña)
estas palabras
demasiado tiempo retenidas.
Tú duermes aún
quizá soñando qué hacer con tu vida,
o soñando qué soñar
o cómo florecer.

Un poco dolorido yo,
después de tantos años sin decirte
apenas nada
(en esto soy un poco tacaño)
hoy te digo:
no te exijas
más de lo que tu corazón te permita,
ni te amedrentes,
sólo camina y ama caminando.
Y ten cuidado,
poque la vida es una vieja usurera
que muere por atraparnos.

También te digo:
que eres bella,
bella como una tormenta,
más bella que una yegua desbocada,
o un pilar emergente
de agua.
Claro que no eres perfecta
(como el gato)
que, por cierto,
no sabe escribir un poema
o llorar
o, como tú, subirse a un escenario
y obrar un milagro.


Pero deja que te de un consejo:
no te hagas a ti misma, tú sola;
deja que los demás te adornen,
(no para que te miren como a un pimpollo)
sino porque,
al haberles dado una parte de ti,
te atesoren.
Verás que el mundo,
que se muestra amoroso en ocasiones,
otras veces es gélido y vanal,
casi inhumano.
El mundo, que nos cede la vida
en términos de crédito hipotecario.


Finalmente
te digo:
no tengas miedo,
vive tus días con pasión
y no te escondas (como yo),
sino ábrete
hasta abarcarlo todo,
mirando siempre más allá, más hondo,
mucho más de lo que puede hacer el gato.

Tano Mendoza